Vida de rosas: Capítulo 4.

“Los vecinos” pensaba Javier. ¿A caso no tenían unos vecinos hartos de presumir de tener la solución al cáncer? Si bien era cierto que esos mismos vecinos lo habían echado de su trabajo, tendrían la mínima humanidad de considerarlo de nuevo. Sandra no tenía otra opción, simplemente ya no había más alternativas. Compraría aquella medicina y lo haría lo antes posible.
-Estos precios son inaccesibles para nadie. Apuesto a que no puedes vender esta medicina -se quejó a su vecino en el mostrador.
Iba a resultar imposible recaudar tal cantidad de dinero, para ello debían al menos hipotecar la casa y por el momento la única casa que poseían era un montón de cenizas y escombros.
-Claro que se vende, cuando la gente lo necesita de verdad paga lo que sea. Es la ley de la desesperación.
-Yo la necesito -insistió Javi- y estoy desesperado, pero no puedo pagarlo, al menos no ahora. Te prometo que si me permites llevarme al menos las primeras dosis conseguiré el dinero...
-No puedo hacer excepciones, Javier. Esto ya no es la mesa de trabajo que compartíamos, es el negocio, y en el negocio no hay amigos. Además tengo estrictamente prohibido vender la formula a otros científicos, farmacéuticos o centros. Entiende que si no cualquiera podría reproducirla.
La cabeza le funcionaba frenéticamente y casi podía oír sus propias ideas pasando a la velocidad de la luz tras sus ojos, pero todas se detuvieron. Había planeado innumerables salidas para aquello en tan solo un par de segundos:
Quizás sus padres podrían hipotecar el piso, o existía la opción de contactar con algún centro de ayuda contra el cáncer que los ayudase con una campana de recogida de dinero. No existían préstamos de tal suma de dinero pero estaba seguro de que el banco podría ayudar mucho con aquel tema... claro que la última condición anulaba todas las anteriores.
No iba a vendérselo, así de simple, no iba a hacerlo para que no le robasen la fórmula y aunque consiguiese el dinero suficiente con las campañas no pensaba cederle ni una sola dosis.
El mundo se le antojó terriblemente injusto. De pronto quiso poder disponer de su mesa de laboratorio y dedicar todas las hora de su día a buscar aquella cura. Quiso poder atravesar las puertas de la farmacia y... robarlo.
-Podemos pedir ayuda al banco -reflexionó Sandra cuando él le expuso el problema.
De nuevo de encontraban encerrados en el cuarto, de donde Sandra prácticamente no había salido por no escuchar a la madre de Javi, y esperaban a que la cena estuviese lista.
-Podríamos intentarlo pero tendrías que estar meses tomando las dosis hasta que hiciesen su efecto completo. No nos concederán tanto.
-Quizás entiendan las circunstancias especiales -rebatió ella poco convencida.
-Sí, o quizás se cure solo -soltó él con cinismo- solo hay una salida, Sandra.
-Las asociaciones de las que me hablabas... mañana por la mañana me pondré a ello.
-Sí, pero tengo un plan alternativo. Voy a investigar la farmacia y el laboratorio de cerca. Tendré todos los sistemas de seguridad y las cámaras bajo control...
-No -lo interrumpió ella- No vas a robarlo, no lo harás.
Javier alzó los brazos declarándose inocente.
-No lo haré -confirmó- mientras todo vaya bien. Pero necesito tener un plan alternativo, si esto no sale adelante, necesito saber que en menos de doce horas puedo traerte esa medicina.
Ella lo observó durante unos segundos de brazos cruzados. Nada lo haría cambiar de idea.
-Entonces todo aclarado. Las cosas van a salir bien Javi, ya lo verás, con ayuda de esas asociaciones y el banco vamos a llegar y a vaciarle la despensa a ese sinvergüenza. Además, no puede dejar de vender un producto a un cliente que se lo está pagando. Si lo hace, simplemente hay que denunciarlo. Y cuando me haya recuperado dedicaré unas horas al día a hacerle la vida imposible.
Javier agachó la cabeza y sonrió dejándose caer en la cama de golpe. Podía funcionar ¿Por qué no?
-Cuando te recuperes nos iremos de crucero a Italia para celebrarlo -la corrigió observando el techo mucho más calmado.
La idea de plantearse robar los medicamentos lo había aplastado y en aquel momento se sentía liberado de todo el peso. No tendría que llegar a ello, pero no pensaba caminar a ciegas por el borde de la cuchilla. Quería tener aquella segunda opción y quería saber que Sandra lo respaldaba en todo, aunque fuese tan solo con su sonrisa.
Entonces cogió su teléfono y escribió como estado “Viviendo una vida de rosas” al igual que había hecho Sandra días antes. Ya había decidido que podrían necesitar un lema o una frase para su campaña.
-A Italia y a Grecia -puntualizó ella tumbándose a su lado en la cama- muchos meses.
-Todos los meses hasta que nos arreglen la casa -asintió él.
Sandra le acarició el pelo unos minutos en silencio observándolo, pero Javi estaba muy lejos de allí. Muy muy lejos de allí.
-Deja ya de darle vueltas, se te va a quedar cara de lavadora -sonrió ella.
Javier rió y se cubrió los ojos con las manos entre carcajadas.
-¿Qué? -preguntó Sandra.
-Solo tú podrías haber dicho eso -contestó girándose hacia el lado para mirarla y dijo contra sus labios- Viviendo una vida de rosas.
-Empezamos mañana mismo -comprendió ella.
Y lo cierto es que al principio les fue bien. La campaña tuvo como patrocinadoras a dos asociaciones contra el cáncer de la ciudad y pronto se unieron algunas personas a las manifestaciones. De seguir así una o dos semanas conseguirían suficiente como para comprar la dosis de los primeros dos meses.
Javier no estaba muy informado de los avances con las asociaciones. Se pasaba el día rondando la farmacia, visitando a antiguos científicos que hubiesen trabajando allí y marcando un plano con las cámaras de seguridad. Tenía la ventaja de haber pasado dentro los últimos tres años de su vida pero aún así nunca estaba de más actualizar la información.
Por la noche solía llegar a casa de sus padres destrozado, para cenar y comentar con Sandra todas las novedades. No comprendía como ella mantenía su energía y vitalidad aún habiendo trabajado durante días seguidos en las manifestaciones y protestas de su causa. Pero de alguna forma aquella energía lo ayudaba también a seguir a él, por muchas ganas que tuviese de tirar la toalla, abrir una gran agujero en la farmacia de su vecino y asegurarle a Sandra los medicamentos.
Los cierto era que no le importaba ir a la cárcel. Lo habías discutido numerosas veces y el resultado siempre era el mismo: Por muchas cosas que Sandra pudiese alegar nada sería peor que perderla para siempre.
La noche del jueves, Javier llamó al número siete y su padre respondió al telefonillo enseguida:
-Javier vete al hospital, tu madre está allí con Sandra, pero no te alarmes. La muchacha se encontraba regular y la ha llevado allí por si acaso. No te preocupes.

“Palabras de Sandra” pensó arrojando su mochila de “Viviendo una vida de rosas” publicitaria al fondo del maletero del coche de sus padres. “No te alarmes” sonaba de todo menos convincente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario