“Los vecinos” pensaba Javier. ¿A
caso no tenían unos vecinos hartos de presumir de tener la solución
al cáncer? Si bien era cierto que esos mismos vecinos lo habían
echado de su trabajo, tendrían la mínima humanidad de considerarlo
de nuevo. Sandra no tenía otra opción, simplemente ya no había más
alternativas. Compraría aquella medicina y lo haría lo antes
posible.
-Estos precios son inaccesibles para
nadie. Apuesto a que no puedes vender esta medicina -se quejó a su
vecino en el mostrador.
Iba a resultar imposible recaudar tal
cantidad de dinero, para ello debían al menos hipotecar la casa y
por el momento la única casa que poseían era un montón de cenizas
y escombros.
-Claro que se vende, cuando la gente
lo necesita de verdad paga lo que sea. Es la ley de la desesperación.
-Yo la necesito -insistió Javi- y
estoy desesperado, pero no puedo pagarlo, al menos no ahora. Te
prometo que si me permites llevarme al menos las primeras dosis
conseguiré el dinero...
-No puedo hacer excepciones, Javier.
Esto ya no es la mesa de trabajo que compartíamos, es el negocio, y
en el negocio no hay amigos. Además tengo estrictamente prohibido
vender la formula a otros científicos, farmacéuticos o centros.
Entiende que si no cualquiera podría reproducirla.
La cabeza le funcionaba frenéticamente
y casi podía oír sus propias ideas pasando a la velocidad de la luz
tras sus ojos, pero todas se detuvieron. Había planeado innumerables
salidas para aquello en tan solo un par de segundos:
Quizás sus padres podrían hipotecar
el piso, o existía la opción de contactar con algún centro de
ayuda contra el cáncer que los ayudase con una campana de recogida
de dinero. No existían préstamos de tal suma de dinero pero estaba
seguro de que el banco podría ayudar mucho con aquel tema... claro
que la última condición anulaba todas las anteriores.
No iba a vendérselo, así de simple,
no iba a hacerlo para que no le robasen la fórmula y aunque
consiguiese el dinero suficiente con las campañas no pensaba cederle
ni una sola dosis.
El mundo se le antojó terriblemente
injusto. De pronto quiso poder disponer de su mesa de laboratorio y
dedicar todas las hora de su día a buscar aquella cura. Quiso poder
atravesar las puertas de la farmacia y... robarlo.
-Podemos pedir ayuda al banco
-reflexionó Sandra cuando él le expuso el problema.
De nuevo de encontraban encerrados en
el cuarto, de donde Sandra prácticamente no había salido por no
escuchar a la madre de Javi, y esperaban a que la cena estuviese
lista.
-Podríamos intentarlo pero tendrías
que estar meses tomando las dosis hasta que hiciesen su efecto
completo. No nos concederán tanto.
-Quizás entiendan las circunstancias
especiales -rebatió ella poco convencida.
-Sí, o quizás se cure solo -soltó
él con cinismo- solo hay una salida, Sandra.
-Las asociaciones de las que me
hablabas... mañana por la mañana me pondré a ello.
-Sí, pero tengo un plan alternativo.
Voy a investigar la farmacia y el laboratorio de cerca. Tendré todos
los sistemas de seguridad y las cámaras bajo control...
-No -lo interrumpió ella- No vas a
robarlo, no lo harás.
Javier alzó los brazos declarándose
inocente.
-No lo haré -confirmó- mientras todo
vaya bien. Pero necesito tener un plan alternativo, si esto no sale
adelante, necesito saber que en menos de doce horas puedo traerte esa
medicina.
Ella lo observó durante unos segundos
de brazos cruzados. Nada lo haría cambiar de idea.
-Entonces todo aclarado. Las cosas van
a salir bien Javi, ya lo verás, con ayuda de esas asociaciones y el
banco vamos a llegar y a vaciarle la despensa a ese sinvergüenza.
Además, no puede dejar de vender un producto a un cliente que se lo
está pagando. Si lo hace, simplemente hay que denunciarlo. Y cuando
me haya recuperado dedicaré unas horas al día a hacerle la vida
imposible.
Javier agachó la cabeza y sonrió
dejándose caer en la cama de golpe. Podía funcionar ¿Por qué no?
-Cuando te recuperes nos iremos de
crucero a Italia para celebrarlo -la corrigió observando el techo
mucho más calmado.
La idea de plantearse robar los
medicamentos lo había aplastado y en aquel momento se sentía
liberado de todo el peso. No tendría que llegar a ello, pero no
pensaba caminar a ciegas por el borde de la cuchilla. Quería tener
aquella segunda opción y quería saber que Sandra lo respaldaba en
todo, aunque fuese tan solo con su sonrisa.
Entonces cogió su teléfono y escribió
como estado “Viviendo una vida de rosas” al igual que había
hecho Sandra días antes. Ya había decidido que podrían necesitar
un lema o una frase para su campaña.
-A Italia y a Grecia -puntualizó ella
tumbándose a su lado en la cama- muchos meses.
-Todos los meses hasta que nos
arreglen la casa -asintió él.
Sandra le acarició el pelo unos
minutos en silencio observándolo, pero Javi estaba muy lejos de
allí. Muy muy lejos de allí.
-Deja ya de darle vueltas, se te va a
quedar cara de lavadora -sonrió ella.
Javier rió y se cubrió los ojos con
las manos entre carcajadas.
-¿Qué? -preguntó Sandra.
-Solo tú podrías haber dicho eso
-contestó girándose hacia el lado para mirarla y dijo contra sus
labios- Viviendo una vida de rosas.
-Empezamos mañana mismo -comprendió
ella.
Y lo cierto es que al principio les fue
bien. La campaña tuvo como patrocinadoras a dos asociaciones contra
el cáncer de la ciudad y pronto se unieron algunas personas a las
manifestaciones. De seguir así una o dos semanas conseguirían
suficiente como para comprar la dosis de los primeros dos meses.
Javier no estaba muy informado de los
avances con las asociaciones. Se pasaba el día rondando la farmacia,
visitando a antiguos científicos que hubiesen trabajando allí y
marcando un plano con las cámaras de seguridad. Tenía la ventaja de
haber pasado dentro los últimos tres años de su vida pero aún así
nunca estaba de más actualizar la información.
Por la noche solía llegar a casa de
sus padres destrozado, para cenar y comentar con Sandra todas las
novedades. No comprendía como ella mantenía su energía y vitalidad
aún habiendo trabajado durante días seguidos en las manifestaciones
y protestas de su causa. Pero de alguna forma aquella energía lo
ayudaba también a seguir a él, por muchas ganas que tuviese de
tirar la toalla, abrir una gran agujero en la farmacia de su vecino y
asegurarle a Sandra los medicamentos.
Los cierto era que no le importaba ir a
la cárcel. Lo habías discutido numerosas veces y el resultado
siempre era el mismo: Por muchas cosas que Sandra pudiese alegar nada
sería peor que perderla para siempre.
La noche del jueves, Javier llamó al
número siete y su padre respondió al telefonillo enseguida:
-Javier vete al hospital, tu madre
está allí con Sandra, pero no te alarmes. La muchacha se encontraba
regular y la ha llevado allí por si acaso. No te preocupes.
“Palabras de Sandra” pensó
arrojando su mochila de “Viviendo una vida de rosas” publicitaria
al fondo del maletero del coche de sus padres. “No te alarmes”
sonaba de todo menos convincente.
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