Andaba buscando a la
mujer perfecta, desde que me operaron cada vez que una nueva
enfermera aparecía por la puerta soñaba con que fuese tal como la
imaginaba: rubia, alta, delgada, de ojos claros, piel bronceada….
pero nunca aparecía. Lo máximo que llegaba a ver era a una señora
vestida con pijama de media manga y pantalones anchos llenos de
dibujos simpáticos que cumplen el objetivo de agradar a los niños,
bolígrafos metidos en el bolsillo que todo atuendo de enfermero o
médico posee en el pecho. Realmente que sea ideal o no, no altera el
resultado ni la hace mejor profesional pero (aunque nunca suelo
quejarme de nada) me gustaría que me atendiese la mujer perfecta. O
al menos me hubiese gustado, ahora que he empeorado tanto ya me da
igual, de hecho casi prefiero que Auxi, la regordeta que me trata
siga haciéndolo porque no estoy presentable; Debo parecer un
monstruo con el pelo enmarañado y la boca goteando espuma cada día,
si la mujer perfecta entrase por la puerta no sé que haría con este
aspecto.
La cosa no parecía
mejorar a pesar de mis muchos rezos y plegarias así que seguía
hospitalizado en estado de “riesgo” (No sé que clase de riesgo,
supongo que peligro de muerte por aburrimiento) manteniendo a mi
familia en vilo todos los días con mis problemas sin solución.
La mañana que me
cambiaron la medicación a una más fuerte tenían que trasladarme a
otro hospital debido a la rareza que tenía metida en el cuerpo, lo
cual significaba un cambio de enfermera también. Aunque éste
tampoco resultó ser ideal, de hecho era un hombre. Sólo verle pasar
a la sala, tan alto y ancho de hombros con la barba espesa y oscura a
preguntarme el color de mis… excrementos me hacía querer morirme.
Ésta medicación nueva además me ponía de mal humor y provocaba
que gritara a todo el mundo, lo que hacía las visitas de mi familia
unas incomodas reuniones llenas de alucinógenos y palabras
desagradables.
Día tras día fui
empeorando y mi repertorio de palabrotas, maldiciones y excusas se
amplió notablemente (lo cual después me hacía sentir mal) aunque
en el instante en que ocurría no podía controlar lo que decía.
Entonces una mañana
aún no me habían medicado cuando entró mi madre por la puerta
blanca doble de mi habitación a darme los buenos días y fue ahí
cuando me di cuenta de algo muy importante.
Llevaba todo el año
buscando a la enfermera perfecta, a la mujer con el físico ideal que
vendría a atenderme, sin darme cuenta de que todo ese tiempo la
tenía delante de mis narices, mi madre, la única que había
permanecido impasible a mi lado mientras enloquecía y enfermaba,
mientras la insultaba y maldecía, mientras sufría y empeoraba.
Tenía a la mujer perfecta siempre a mi lado sin reconocerla, sin
agradecerle, sin aprovecharla… Y me siento afortunado por haberme
dado cuenta en ese momento porque ahora puedo disfrutarla y pasar con
la mujer ideal el resto de mi vida.
Dania García-Donas Márquez |
Corazón inmenso, carácter adorable....
ResponderEliminarY estupenda narradora!!!